domingo, 26 de octubre de 2025

Caracterización del trumpismo. Maya Kandel

El artículo, la entrevista, que sigue lo he tomado de 'Letras Libres'. Creo explica muy bien y resumido gran parte del trumpismo. Si le interesa el tema, estos son los libros que leí el último año y me resultaron muy útiles para entender este fenómeno que abre la puerta a otra época diferente  con moldes distintos a los vividos estos últimos 80 años. El trumpismo no nace de la nada, muchas de sus corrientes, ideas, peligros, teorías, etc. ya estaban en EEUU, pero el trumpismo las ha conseguido aglutinar y liderar.

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Entrevista con Maya Kandel: “Si no hay acuerdo sobre los hechos, no puede haber debate ni democracia”

La investigadora ha publicado “Una primera historia del trumpismo”, donde analiza las claves de la nueva derecha estadounidense. por Daniel Gascón 24 octubre 2025

Maya Kandel es investigadora asociada en la Université Sorbonne Nouvelle Paris 3 (CREW). En 2021 y 2022 fue Senior Fellow y directora del Programa sobre Estados Unidos del Institut Montaigne. En 2018 publicó Les États-Unis et le monde, de George Washington à Donald Trump (Éditions Perrin). Este año ha publicado Une première histoire du trumpisme (Gallimard). Lleva el blog Froggy Bottom, dedicado a la política exterior estadounidense. Este intercambio se desarrolló por correo electrónico.

¿Por qué ha querido escribir una historia del trumpismo y qué cambia entre el primer Trump y el segundo?
Es una “primera” historia, porque el fenómeno sigue en curso. Pero el trumpismo ya tiene una profundidad histórica, que defino como el encuentro entre un personaje fuera de lo normal, Donald Trump, algunas de sus intuiciones e ideas-fuerza y un sustrato electoral en Estados Unidos, en un país que, en 2015, está traumatizado por 14 años de guerras desastrosas, la peor recesión económica (2007-2008) desde la crisis de 1929 y una epidemia de opioides que en ese momento causa cada año más muertes que la guerra de Vietnam.
Trump irrumpe en la vida política estadounidense en 2015, pero ya era una figura conocida desde hacía décadas. Ahora bien, en Francia y en Europa a menudo se tenía una lectura superficial o desfasada de su trayectoria. Mi libro pretende ofrecer referencias políticas, históricas y culturales. El trumpismo no surge de la nada.
Pero el trumpismo también es profundamente diferente en 2024 de lo que era en 2016 y yo quería analizar esa evolución, para mostrar que el segundo mandato no se parecería al primero. El trumpismo desborda hoy ampliamente la figura de Trump; de hecho, ese es uno de los puntos centrales del libro. Trump ha catalizado tendencias políticas que estaban en marcha desde hacía mucho tiempo: el giro identitario, el derechismo del Partido Republicano, el rechazo de las élites. Pero su elección logró dar una coherencia, e incluso una ideología, a todo ello. Porque si Trump asegura el espectáculo para las masas, también hay una teorización ideológica del trumpismo para las élites, para una nueva contraélite precisamente, en torno al movimiento nacional-conservador.
Lo que cambia entre el primer mandato y el segundo es ante todo el grado de preparación en términos de programa y de personal político. Esta preparación comenzó ya en enero de 2021, en torno a antiguos miembros de la primera administración y a los intelectuales nacionalconservadores, que han construido o reclutado organizaciones bien financiadas. La otra evolución proviene de la adhesión de ciertas figuras mayores de Silicon Valley, que se ha reducido en exceso a la figura de Elon Musk.
No me sorprendieron las primeras decisiones, porque había seguido esos preparativos durante los cuatro años de la presidencia de Biden y el esfuerzo de teorización desde 2019. Pero aun así me sorprendieron la velocidad de implementación y la sofisticación de las estrategias legales desplegadas para justificar las medidas que son contrarias a la tradición estadounidense.
Lo que me ha asombrado, todavía más desde el asesinato de Charlie Kirk, en septiembre de 2025, es la complicidad activa de instituciones y empresas privadas en los atentados contra la libertad de expresión. Eso evoca el macartismo de los años cincuenta.

A menudo se ha dicho que Trump era posideológico. Usted afirma, en cambio, que encarna el espíritu de nuestra época. ¿En qué sentido?
El trumpismo prospera en la intersección de varias transformaciones contemporáneas: la transición geopolítica global, la crisis de las democracias liberales, pero también, quizá sobre todo, la entrada en una era mediática íntegramente reconfigurada por las redes sociales. Trump encarna esa mutación: es uno de los primeros en haber comprendido cómo sacar provecho de la lógica viral, de la posverdad, de la desinformación a escala industrial. En ese sentido, encarna el espíritu de la época. Con el trumpismo hay una voluntad de ruptura radical con la modernidad política tal como la hemos conocido desde la Segunda Guerra Mundial.
Vemos resurgir un pensamiento reaccionario estructurado, que se construye en oposición al progresismo, a los derechos civiles, a la globalización e incluso a la democracia liberal. Y ese pensamiento se reivindica a sí mismo como revolucionario: Kevin Roberts, el presidente de la Heritage Foundation, habla de una “segunda revolución estadounidense”. Es una ideología que busca derrocar el orden establecido, encaramando al poder a una nueva “contraélite”.

¿Qué une y qué separa a la coalición que sostiene a Trump?
La coalición trumpista es hoy mucho más amplia que en 2016. Siguen existiendo el “MAGA auténtico”, representado en particular por Steve Bannon, y la importancia de la base evangélica blanca. Esta base sigue siendo muy sensible a las declaraciones racistas e incluso abiertamente fascistas que hemos podido oír en varias ocasiones en esta última campaña. Trump siempre necesita del racismo para ganar las primarias de su partido. También está la adhesión de la tech right, que tiene un programa muy favorable a las nuevas tecnologías, a la inteligencia artificial, pero también a la inmigración selectiva: en eso se opone frontalmente al sector “auténtico”.
La otra fractura importante tiene que ver con la política exterior, y sobre todo con la implicación en Oriente Medio. Hemos visto choques públicos entre varios sectores y figuras políticas del movimiento MAGA cuando Trump bombardeó Irán en junio de 2025, en el momento de la guerra Israel-Irán. Hay una rama muy aislacionista entre los MAGA, mientras que Trump en persona es ante todo un nacionalista, que no dudó durante su primer mandato (como ahora en el segundo) en usar la fuerza militar.
El principal movimiento intelectual de apoyo a Trump, los nacionalconservadores, están divididos sobre la política exterior y son hostiles a la tech right, omnipresente en Washington y que pesa sobre las grandes orientaciones de Trump 2, desde la política tecnológica hasta la IA y la rivalidad con China.

¿Qué es el Claremont Institute? ¿Por qué es importante, y por qué lo son figuras como Yoram Hazony y el movimiento nacional-conservador?
Antes de la adhesión de la fundación Heritage, autora del “Proyecto 2025” que inspira numerosas decisiones de la administración Trump 2, la estructura originaria del trumpismo es muy claramente el Instituto Claremont, un think tank de tamaño modesto que actualmente está en pleno desarrollo. Cuando se lee el Proyecto 2025, ya desde el preámbulo se reconoce la marca del Instituto Claremont.
El Claremont fue creado en 1979 en California, cerca de Los Ángeles. Lo fundaron discípulos disidentes de Leo Strauss, la figura más influyente del movimiento neoconservador. Se agruparon en torno a otro intelectual, Harry Jaffa, que está en el origen del Instituto. La obsesión del Claremont consiste en volver al espíritu de los padres fundadores; en eso tienen un lado “fundamentalista”. Consideran que el sistema de gobernanza estadounidense fue ejemplar hasta la presidencia de Woodrow Wilson, marcada en particular por una política exterior intervencionista, pero también por el inicio de la expansión del aparato de seguridad nacional y de la burocracia, con la creación de nuevas agencias por el Congreso.
En la estela de Leo Strauss, su pensamiento se apoya en la idea de que toda burocracia, con el tiempo, se vuelve antidemocrática. Por tanto, a veces sería necesario, especialmente en tiempos de crisis, tener un líder fuerte, que represente la verdadera legitimidad del pueblo. Desde ese punto de vista, los pensadores del Claremont denuncian el “administrative state” (el Estado administrativo), sinónimo del “deep state”, que es el blanco de Trump y del movimiento MAGA.
El movimiento nacionalconservador, o NatCon, está vinculado a Trump desde el principio, puesto que su razón de ser es teorizar la transformación del Partido Republicano a manos de Trump, que aporta al partido una nueva concepción de la victoria electoral. El Instituto Claremont, motor intelectual de los NatCons, fue celebrado por Trump desde su primer mandato. En 2019, Trump otorga a Ryan Williams, su presidente, la National Humanities Medal, que honra la contribución a la cultura nacional y a la comprensión de las humanidades.
Yoram Hazony es un intelectual israeloestadounidense muy influyente en los medios conservadores estadounidenses. Ha sido la pieza clave de la constitución del movimiento nacionalconservador. Fue quien acudió a buscar a las diferentes personalidades y las distintas instituciones que lo constituyen: Peter Thiel, el Instituto Claremont y otras fundaciones conservadoras, con el fin de construir una o red y elaborar un corpus ideológico.
El movimiento nacionalconservador ha construido una gran parte del programa y de los cuadros de la administración Trump 2: eso es lo que también he querido mostrar en mi libro. Desde 2019, he seguido este movimiento, he participado en sus conferencias y en sus reuniones, y he conversado con sus miembros. Ya a finales de 2016, cierto número de intelectuales conservadores, reunidos por Yoram Hazony, constataron que Donald Trump había redefinido el sustrato del partido y emprendieron la tarea de teorizar ese cambio. El nacionalconservadurismo redefine el Partido Republicano tomando el contrapié de los pilares que lo definían desde la presidencia de Ronald Reagan, a saber, el libre comercio, una política exterior intervencionista y una apertura a la inmigración. Propone en su lugar una nueva trilogía fiel a las intuiciones de Trump: proteccionismo, nacionalismo y cierre a la inmigración, incluyendo deportaciones masivas.
Cuando Trump pierde las elecciones en 2020, miembros de su administración crean nuevos centros de reflexión para preparar su regreso y, por tanto, un programa. A medida que avanza, ese movimiento nacionalconservador va agregando todos los componentes de esta galaxia: los intelectuales, los centros de reflexión, los nuevos think tanks, y hasta la Fundación Heritage, que es realmente el peso pesado. Desde los años setenta, esta organización prepara, para cada nueva administración republicana, un programa y una lista de medidas. El último es el “Proyecto 2025”, un documento de más de 900 páginas, que inspira el programa de la administración en numerosos ámbitos. Varios de los autores de ese informe ocupan hoy puestos clave en el seno de la administración Trump 2.

¿Cuál es el papel de la tech right? ¿Se trata de verdaderos dirigentes o más bien de seguidores interesados, deseosos de combatir la regulación?
En 2024, una nueva coalición, más amplia, apoya al candidato Trump. Junto a la “rama Maga”, es decir, la de Steve Bannon y los nacionalconservadores, está la tech right, que consagra la adhesión de cierto número de multimillonarios e inversores de Silicon Valley.
Varios elementos han desempeñado un papel, que explica sus motivaciones, que pueden ser ideológicas o puramente oportunistas, a veces ambas. Primero, las consecuencias del año 2020, marcado no solo por la pandemia, sino también en Estados Unidos por el movimiento Black Lives Matter, las manifestaciones más grandes de la historia del país, que marca el apogeo de ciertas ideas progresistas e inspira el programa de Joe Biden. También está el hecho de que, durante su mandato, Biden implementó una política antimonopolio que no se veía en Estados Unidos desde hacía más de un siglo. En particular, se enfrentó a los gigantes de la tecnología. No todos los proyectos llegaron a buen término; los demócratas habrían necesitado un segundo mandato, pero esa voluntad de regulación marcó a los jefes de Silicon Valley.
Luego hubo adhesiones puramente oportunistas, por temor a la ira de Trump, por ejemplo, en el caso de Mark Zuckerberg, a quien Trump había amenazado con enviar a prisión. Más ampliamente, muchos de esos grandes dirigentes de la tecnología ven todo el interés de asociarse con la Casa Blanca para hacer avanzar sus objetivos, ya sea la prioridad a la IA o la presión contra las regulaciones europeas dirigidas a sus actividades y, por ende, a sus beneficios.

Se dice que parte de este fenómeno obedece al voto del resentimiento: personas que se sentían excluidas o amenazadas. Entre los aspectos llamativos, está la mejora de sus resultados entre los electores no blancos. Y una pregunta que muchos se hacen: si la economía se deteriora, ¿no serán esos electores pobres los más afectados? ¿Castigarían a Trump?
Trump ganó efectivamente el voto popular ampliando su base electoral, muy en particular entre los electores latinos y los hombres jóvenes. El equipo de campaña de Trump en 2023-2024, el más profesional de sus tres campañas, apuntó a los hombres jóvenes, blancos o no, para ampliar su electorado, yendo a buscarlos allí donde obtienen su información, en los pódcast, en TikTok y otras redes sociales, y apostando por las guerras culturales. Ha sido un éxito, puesto que Trump obtuvo la mayoría de los hombres de 18 a 29 años. Hemos visto emerger un “virilismo” como objeto cultural, sobre todo en los pódcast masculinistas, cuyos presentadores desempeñaron un papel central en la reelección de Trump en 2024. Esos presentadores, Joe Rogan, por ejemplo, son las primeras personas a las que dio las gracias la noche de su victoria.
Pero muchos electores, en particular latinos, votaron ante todo por consideraciones económicas, convencidos por la imagen de “self-made man exitoso” de Trump: una doble mentira, puesto que heredó millones de su padre y ha conocido numerosas quiebras en sus negocios. Las debilidades de la campaña demócrata desempeñaron evidentemente un papel también. El mandato de Biden también estuvo marcado por la inflación más elevada en cuatro décadas.
Hoy vemos mucha insatisfacción en las encuestas de opinión, y la popularidad de Trump es “solo” del 40% (cifra que haría soñar a muchos dirigentes europeos). La inflación sigue presente, y los electores insatisfechos se quejan del precio de los productos básicos. Es claro que eso podría llevarles a castigar, o a no votar por los republicanos en las próximas elecciones de medio término en noviembre de 2026.

Un elemento importante es la crítica del liberalismo. Para usted, se trata de un ataque en varios frentes: contra el liberalismo como idea progresista (en el sentido estadounidense del término), contra el liberalismo económico de la desregulación y de la globalización, contra el liberalismo en política internacional y contra las propias reglas de la democracia liberal. ¿Encuentra usted esa desconfianza también en ciertos movimientos de izquierda? ¿Comparten ese horizonte, digamos, posliberal?
Sí, creo que la tentación iliberal, o posliberal, también está presente en ciertos movimientos de izquierda, no contra las ideas progresistas, pero sí en los otros tres puntos, incluida la que va contra las reglas de la democracia liberal. En Francia, por ejemplo, tenemos otros líderes, a la derecha pero también a la izquierda, que impugnan decisiones de la justicia que no les gustan, que atacan al periodismo, o incluso que ponen en duda el resultado de las elecciones.
Lo más preocupante es sin duda el rechazo de la pericia científica y la impugnación de los hechos. Si no hay acuerdo sobre los hechos, no puede haber debate ni democracia. El otro reto mayor es la posibilidad de tener un debate iluminado, por tanto una prensa libre e independiente, que suscriba a los criterios del periodismo, verificación de los hechos y contraste de fuentes. El ejemplo estadounidense es el que no hay que seguir, pero ya observamos su influencia y exportación en Europa.

También se presenta como una protesta contra la realidad: los relatos cuentan más que los hechos. Al mismo tiempo, esa interpretación ha sido criticada. El establishment tendría su parte de responsabilidad: los medios cuando mienten, la filosofía con el relativismo. Y algunos (usted incluida) dicen que atribuir la victoria de Trump al auge de las teorías de la conspiración y de las fake news es una explicación demasiado simple y demasiado indulgente. ¿Qué piensa usted?
Efectivamente, no es más que una parte de la explicación. Los demócratas también han cometido muchos errores, empezando por presentar a un Joe Biden demasiado mayor y visiblemente debilitado. Los medios estadounidenses han sido muy seguidistas, ya sea en 2003 en el momento de la invasión de Irak, o en 2020 en el momento del Covid.
Con todo, la impugnación de la realidad sigue siendo para mí un elemento central del trumpismo, esa idea de que los hechos ya no cuentan, que solo importa el relato (la “narrativa”). Es el ADN del trumpismo y de toda la carrera de Trump. Desde su primer libro, The art of the deal, en 1987, afirma que lo que cuenta no es la realidad, sino la narración que se hace de ella. Es lo que aplica en todos los ámbitos: inmigración, economía, política exterior. Y funciona, porque el público ha perdido la confianza en las instituciones tradicionales, los medios, la pericia. Trump ocupa ese vacío con un relato simple, emocional, viral y muy a menudo falso.
El trumpismo encarna tanto un poder narrativo como político. Una presidencia convertida en un programa permanente de telerrealidad, donde el conflicto, el suspense, el choque sustituyen a la acción pública con una eficacia formidable. La opinión sigue la historia que se le cuenta, no necesariamente lo que sucede realmente. Y eso es una ruptura profunda. Modifica la manera de hacer política, y las democracias tienen dificultades para responder.
Es uno de los grandes desafíos actuales. El trumpismo funciona como un relato movilizador, y nuestras democracias tienen cada vez más dificultades para proponer otro. Los hechos por sí solos ya no bastan; también hay que contar una visión del mundo. Ahora bien, desde el fin de los grandes relatos ideológicos y el declive de la religión en las sociedades occidentales, ese espacio se ha convertido en un vacío que otros, como el trumpismo, han sabido ocupar.
Es también una de las razones del fracaso, hasta ahora, de los demócratas estadounidenses, que siguen teniendo dificultades para analizar con precisión el fenómeno Trump. Hay un conflicto interno entre centristas e izquierda progresista: unos culpan a las guerras culturales, otros reprochan al centro haberse aliado con el neoliberalismo. De ahí que no se desprenda ninguna línea clara, ningún relato federador, mientras que el trumpismo ha logrado proponer una síntesis de los dos grandes “relatos” contemporáneos, el “choque de civilizaciones” y el conspiracionismo antisistema.

¿A qué se debe el odio del gobierno y de sus defensores hacia la Unión Europea? ¿En qué medida puede eso afectar a los europeos y qué deberían hacer?
La Unión Europea es detestada. Primero, porque está en las antípodas de la visión nacional-populista del trumpismo. Luego, porque la UE es una potencia comercial importante, y es más fácil maltratar al Reino Unido en una negociación a dos que tener enfrente a un bloque poderoso que juega comercialmente de igual a igual con Estados Unidos. Por último, porque la UE es una potencia regulatoria que perturba los intereses de los gigantes de la tecnología ahora estrechamente asociados a la Casa Blanca. Más ampliamente, la UE representa también para los trumpistas el viejo mundo “liberal” aborrecido, una especie de extensión de los demócratas estadounidenses.
Pero Europa representa también para la nueva derecha estadounidense la cuna de esa civilización occidental que pretende defender. Hay, pues, una ambivalencia, porque Europa ocupa un lugar central en el imaginario y el relato occidentalista de esta extrema derecha en expansión. La UE se ha convertido en el símbolo de esa “élite globalista” y de sus valores (que ellos detestan). Esa visión converge con la de Putin y Xi Jinping, que desean debilitar a la UE, por su atractivo democrático y su poder comercial. Trump prefiere evidentemente tratar con dirigentes próximos a sus ideas. Como Elon Musk, como Steve Bannon, Trump estaría encantado de que otros países europeos siguieran el ejemplo del Reino Unido y el Brexit. Todos los actores del trumpismo, incluidos los influencers MAGA, aprovechan cada ocasión para amplificar la voz de los partidos políticos más críticos con Bruselas, la mayoría de las veces los partidos de extrema derecha europeos.
En el imaginario trumpista, los países europeos son países débiles con economías escleróticas, cuyos líderes son a menudo “socialistas” o, peor, “wokistas”, debilidades que desprecian y que ven como consecuencia de los excesos del “liberalismo”, que les habrían hecho perder la identidad nacional y la religión; y países “de fronteras abiertas” que van a “disolver a su pueblo” en un globalismo multicultural asociado a los demócratas estadounidenses. El derrumbe de la UE sería una prueba de la validez de la visión trumpista.
Los europeos deben tener bien presente esa visión trumpista y defender sus valores, su soberanía y sus leyes, contra los asaltos directos de Washington. Su problema es haber descuidado durante demasiado tiempo su defensa para subcontratarla a Estados Unidos. Esta dependencia estratégica se ve hoy duplicada por una dependencia digital de los gigantes tecnológicos estadounidenses. Ahora bien, esas dependencias son utilizadas por la administración Trump para chantajear a los dirigentes europeos: lo vimos en mayo en un texto emanado de un funcionario del Departamento de Estado, Steve Samson: una demanda de adhesión al trumpismo a cambio del mantenimiento de la garantía de seguridad. Lo vemos también en las negociaciones comerciales que Trump reabre sin cesar.
En otro plano, los europeos, y en particular la izquierda europea, no deben dejar que esa nueva derecha radical estadounidense defina los grandes principios democráticos. Ya están en proceso de redefinir principios fundamentales de la política estadounidense, empezando por la “libertad de expresión”. El principio está garantizado por la Primera Enmienda, pero su acepción ha variado a lo largo de la historia estadounidense, y ha sido objeto de batallas políticas y jurídicas. El propio Tribunal Supremo reescribe permanentemente su propia jurisprudencia. Es evidentemente su derecho, pero no hay ninguna razón para dejarse imponer la reescritura profundamente politizada en curso en Estados Unidos.

Se habla de fascismo, de los años treinta, de macartismo, de guerra civil. ¿Le parece convincente alguna de esas analogías? ¿Qué capacidad cree que tendrán las instituciones estadounidenses para resistir?
A menudo he considerado que calificar el trumpismo de fascismo tendía a cerrar la discusión. Puede impedir ir más lejos en el análisis y en las especificidades del fenómeno. Dicho esto, está claro que Donald Trump siempre ha necesitado del racismo para ganar en 2016 y en 2024 las primarias republicanas. Cuando afirma que “los inmigrantes envenenan la sangre del país”, es evidentemente una retórica fascista, que podemos encontrar en Mein Kampf de Hitler.
En cuanto a la guerra civil, me parecía hasta ahora que la violencia política en Estados Unidos adoptaba otras formas, próximas a ciertos actos terroristas. Pero la aceleración de los despliegues militares en el territorio nacional desde el asesinato de Kirk es inquietante, en particular cuando Trump envía la Guardia Nacional de un estado republicano como Texas a otro estado cuyo gobernador es demócrata. Los choques que se multiplican, como en Chicago, son preocupantes, como lo es el aumento de la violencia política en un país armado hasta los dientes.
La analogía que me parece más pertinente, por ahora al menos, es la del macartismo, sobre todo de nuevo desde la muerte de Kirk, con la insistencia de Trump y de sus colaboradores más cercanos en los “enemigos interiores”, una retórica extremadamente peligrosa. Esa retórica, y la oleada de delaciones y despidos que le siguió en Estados Unidos contra periodistas y cientos de ciudadanos ordinarios, es un eco directo de la cruzada del senador Joe McCarthy contra los “comunistas” a principios de los años cincuenta, utilizando el brazo armado del FBI de Edgar Hoover y las audiencias del Comité de Actividades Antiestadounidenses del Congreso. Miles de personas perdieron su empleo, cientos fueron encarceladas, algunos se marcharon del país porque ya no podían trabajar (el más conocido, Charlie Chaplin). Esa oleada de represión política solo fue frenada cuando McCarthy arremetió contra el ejército, y hubo que recurrir a la intervención del propio presidente, el general Eisenhower. Pues bien, hoy el ocupante de la Casa Blanca es el primero en haber designado a sus adversarios políticos como enemigos. Es evidentemente inquietante.
La cuestión de la resistencia de las instituciones es central. Mucho se dirimirá en el Tribunal Supremo, que por ahora no ha mostrado mucha resistencia frente a los asaltos trumpistas contra los otros poderes y contra la Constitución. Se esperan numerosas decisiones cruciales durante la sesión que acaba de abrirse; el tiempo de la justicia es más largo.
La otra institución crucial es el Congreso, y las midterms de 2026 serán determinantes. La inquietud de Trump y de su clan muestra que el país sigue siendo una democracia, donde las elecciones cuentan. Pero las múltiples iniciativas en curso para redibujar las circunscripciones y manipular el recuento de votos, que según la Constitución es un derecho de los estados, figuran entre las evoluciones más preocupantes, junto con los ataques contra los medios. Es la ilustración de lo que el trumpismo y los nacionalconservadores intentan hacer: transformar Estados Unidos en una democracia “iliberal” según el modelo de Viktor Orbán, atacando a las universidades, a los medios y a las elecciones, y utilizando la justicia para intimidar a sus adversarios políticos.

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https://letraslibres.com/politica/una-primera-historia-del-trumpismo-entrevista-con-maya-kandel-si-no-hay-acuerdo-sobre-los-hechos-no-puede-haber-debate-ni-democracia/24/10/2025/

 

lunes, 15 de septiembre de 2025

Un poco de historia. Violencia en EEUU

Copio el texto tomado de Substack, The Bulwark, ( El Baluarte), sobre la violencia en EEUU. Para no perder la perspectiva.

 Una historia de violencia. Jonathan V. Last .   12 de septiembre de 2025

1. Comunidades

El miércoles por la noche escribí un artículo sobre Charlie Kirk y no publiqué comentarios. Quiero explicar mi opinión.

Antes que nada: No es que no confíe en que ustedes sean su mejor versión y demuestren gracia, empatía y sabiduría. Esta comunidad ha demostrado, una y otra vez, que se toma la vida en serio. No hay otro rincón de internet en el que confíe más.

En cambio, intentaba darte un ejemplo: que a veces debemos reflexionar en lugar de reaccionar. Sobre todo en público.

El artículo que escribí sobre Kirk fue literalmente la única expresión pública que me permití. No tuiteé. No salí en cámara con Tim y Sarah. Eso fue porque quería descartar cualquier oportunidad de reaccionar de forma improvisada.1Quería obligarme a ser considerado. Así que me senté durante unas horas a escribir un ensayo y luego lo revisé para que cada palabra, cada coma, fuera intencional.

¿Por qué me impuse esta modalidad? Porque no quería empeorar el mundo.

Si hubiera cometido un error inútil o imprudente, podría haber causado dolor a alguien o contribuido al peligro. Es algo que tengo presente a diario. Pero sobre todo en momentos de crisis e inestabilidad.

La gente rara vez se arrepiente de no haber expresado una idea ingeniosa. A menudo se arrepiente de haber expresado pensamientos que luego se dan cuenta de que fueron imprudentes.


Siento profundamente esta responsabilidad porque tengo una plataforma. Pero creo que todos deberían sentirla, sin importar quiénes sean. Por eso cerré los comentarios. Quería imponerles las mismas restricciones que me imponía a mí mismo. Quería obligarlos a reflexionar sobre cómo interactúan con el mundo exterior en estos momentos.


Una cosa más: Hay una distinción importante entre discusión pública y privada. Ayer intercambié correos electrónicos con muchos de ustedes y encontré esas conversaciones útiles y enriquecedoras. Pero eso se debe a que eran comunicados privados.

Algo cambia cuando una conversación se lleva a cabo en público. Una especie de principio de Heisenberg se impone, afectando tanto a los participantes como a sus palabras.

Considero que las comunicaciones privadas y públicas son medios casi completamente diferentes. Y ciertos temas se adaptan mejor a un medio en particular.

Os animo a pensar en esa dicotomía y a meditar sobre la idea de que algunas conversaciones, en algunos momentos, no deberían transmitirse al mundo.


Cerré los comentarios porque esperaba que pudieras obtener algún valor del espacio negativo y que la experiencia te hiciera pensar de maneras en las que de otra manera no lo habrías hecho.

Si los aspectos negativos de no poder compartir en la comunidad durante un día difícil superaron cualquier beneficio, entonces lo siento mucho.

Hoy me gustaría saber qué opinan sobre esta metapregunta: ¿Tomé la decisión correcta? ¿Entienden lo que intentaba lograr? ¿Estoy explicando la diferencia entre conversaciones públicas y privadas de forma coherente?

Pero antes de empezar con esa conversación: Gracias. Por estar aquí. Por ser amable. Por hacer de esta comunidad un lugar en el que confío y valoro.

Espero que tú también lo hagas.

2. Esto *es* quiénes somos

Uno de los sentimientos que he escuchado hasta la saciedad esta semana es la insistencia en que “Esto no es lo que somos”.

Esta piedad es incorrecta. La violencia política es una constante en la historia estadounidense, literalmente, desde su fundación. Es una de nuestras características únicas como país. Y es precisamente porque la violencia política es una poderosa corriente subyacente en Estados Unidos que nuestros líderes tienen el deber especial de contenerla y hacer todo lo posible por contenerla.


Estados Unidos se fundó sobre una rebelión armada. No solo hubo violencia, sino también violencia política, en los preparativos de la Revolución: el Motín del Té de Boston, el escándalo del Gaspee , y luego la violencia de la propia Revolución, desde Lexington y Concord en adelante.

En la década de 1840, el partido nativista Know Nothing fomentó una serie de disturbios en un intento de expulsar a los católicos del país. En el período previo a la Guerra Civil, Kansas fue un campo de batalla de violencia política, con enfrentamientos entre fuerzas proesclavistas y antiesclavistas. En la década de 1860, la ciudad de Nueva York se vio desgarrada por una guerra abierta entre bandas políticas rivales como los Bowery Boys y los Dead Rabbits . Esta época de violencia política en la ciudad culminó en los disturbios por el reclutamiento de 1863 .

En 1856, el representante Preston Brooks golpeó al senador Charles Sumner casi hasta la muerte en la Cámara del Senado, a plena luz del día. Y luego, por supuesto, libramos una guerra civil, colocando a Estados Unidos en el exclusivo y desafortunado club de las naciones desarrolladas que se dividieron formalmente y luego libraron guerras a gran escala contra sí mismas.

Las cosas no mejoraron mucho después de nuestra Guerra Civil. La Reconstrucción fue una larga y ardua lucha de violencia política durante la cual los gobiernos estatales del Sur, grupos formales de personas y ciudadanos individuales libraron una guerra contra los negros en un intento por continuar su subyugación bajo las leyes de Jim Crow. Este desfile de violencia política se prolongó durante décadas.2La paliza que recibió John Lewis en 1965 en el puente Edmund Pettus es sólo una entrada en una lista que podría llenar libros.

 

La violencia política en los Estados Unidos de posguerra existía más allá de la raza y la segregación. En 1900, el gobernador de Kentucky fue asesinado durante una disputa sobre fraude electoral. En 1905, el gobernador de Idaho fue asesinado por un grupo descontento con sus políticas sobre minería y sindicatos.

Para cuando llegamos a la década de 1970, la violencia política estaba por todas partes. Los secuestros y asesinatos eran moneda corriente: JFK, RFK, MLK, por supuesto, pero también una multitud de políticos que probablemente hayas olvidado . Durante los 70, los radicales detonaron bombas. Los aviones eran secuestrados rutinariamente . La violencia política era omnipresente .


Desde 1980 (más o menos), hemos vivido una época notablemente pacífica. Quizás el punto más bajo de la violencia política estadounidense. E incluso durante esta relativa era dorada de estabilidad, es fácil enumerar los incidentes.3

Los estadounidenses podrían ver la violencia política y decir: «Eso no es lo que somos», pero esto es como pasar de largo; la plegaria de un niño. Mencionen otro país del primer mundo que haya tenido cuatro presidentes en funciones asesinados en tan solo 150 años. (Y eso sin contar los casi asesinatos de Ronald Reagan y Gerald Ford).4)

Lo siento, pero la violencia política es precisamente lo que somos. Siempre lo ha sido.

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Hay razones para la historia de violencia en Estados Unidos. Algunas son culturales, otras tecnológicas. Algunas son simplemente geográficas. Podemos hablar de ellas en otro momento, si lo desean.

Pero por ahora quiero recalcar que quienes ocupan puestos de liderazgo en Estados Unidos siempre han tenido la responsabilidad especial de controlar esta violencia. Y una de las razones por las que los años posteriores a 1980 han sido tan pacíficos es que la mayoría de nuestros líderes hicieron precisamente eso. Evitaron la retórica violenta y, cuando estalló la violencia, dijeron lo correcto. Buscaron la unidad; intentaron bajar la temperatura.

Hasta que apareció Donald Trump.

Por eso sigo escribiendo sobre lo peligroso que fue para un candidato presidencial animar a sus partidarios a golpear a los manifestantes . Decirle a una pandilla callejera que se mantuviera a la espera. Convocar a una turba que sabía que estaba armada y pedirle a seguridad que retirara los magnetómetros porque sabía que la turba no estaba allí para hacerle daño Bromear sobre las agresiones a las familias de sus rivales políticos.

Decir, como lo hizo Trump ayer, que “ tenemos que darle una paliza ” al nebuloso grupo de personas que, según él, están detrás del asesinato de Charlie Kirk.

Una cosa es que gente anónima en Twitter hable así. No es bueno; como dije antes, todos deberíamos sentir la obligación de no hacer daño. Pero cuando se trata de nuestros líderes electos, se convierte en una diferencia de categoría.

No sé si Trump ignora la historia estadounidense y por eso no se da cuenta de lo que su cargo exige de él, o si entiende exactamente lo que está haciendo y está intentando empeorar las cosas.

Pero como siempre, él es el gran revelador. Nos ha mostrado quiénes somos realmente.


3. Libertad de expresión

Nick Catoggio tiene un artículo lúcido sobre Charlie Kirk.

Matar a un hombre por intentar convencer a los escépticos de su postura es la peor y más despiadada muestra de antiliberalismo. No me dejaré intimidar por la peor derecha para ensalzar a Kirk, pero es indiscutible que es un mártir de la libertad de expresión. Claire Berlinski tiene razón al comparar su asesinato con la masacre de los empleados de Charlie Hebdo a manos de yihadistas en 2015, después de que la revista publicara caricaturas sobre Mahoma. «Je suis Charlie», sin duda.

Pero decir, como hizo Klein, que Kirk «practicaba la política de la manera correcta»? No puedo ir tan lejos.

Una cara del posliberalismo.

No diría que Kirk estuviera haciendo política de la manera correcta cuando pidió el mes pasado la "ocupación militar total" de las ciudades estadounidenses con altos índices de criminalidad hasta que se resuelva el problema.

No diría que estuviera haciendo las cosas correctamente cuando instó a Mike Pence a 
ignorar los votos electorales emitidos por Joe Biden en los estados clave en enero de 2021.

Tampoco diría que fuera un político modelo cuando 
aplaudió el indulto de Trump a los matones del 6 de enero a principios de este año, describiéndolos como "rehenes" y celebrando su liberación como "una acción audaz para salvar a la gente de la tiranía de la guerra legal".

Y supongo que no diría que estaba dando un buen ejemplo político cuando pidió que 
un "patriota" rescatara al hombre que irrumpió en la casa de Nancy Pelosi y golpeó a su anciano esposo con un martillo.

Charlie Kirk era una figura prominente en una facción política posliberal. No era el autoritario más ferviente de las filas, y ciertamente no era la persona de peor carácter. Pero el movimiento que promovió y con el que se alineó no cree fundamentalmente en hacer política "de la manera correcta", y todos deberíamos tenerlo claro en nuestro dolor. Le gusta intimidar a sus oponentes, como lo está haciendo ahora mismo con la demostración de fuerza militar en Washington D. C., y reacciona a los debates perdidos intentando anular los resultados en lugar de aceptarlos, como hizo el día de las elecciones de 2020.

Kirk lo apoyó, sin duda consciente de que no habría seguido siendo un pez gordo en una facción posliberal por mucho tiempo si no lo hubiera hecho. De ninguna manera esto implica que mereciera lo que le pasó ayer, por supuesto, solo para enfatizar que la compasión por la víctima y el miedo a lo que viene no deberían impedir que nadie reconozca que la derecha populista es un movimiento de pirómanos cívicos liderados por un pirómano. Si es cierto, como dijo Trump anoche, que Kirk es " 
un mártir de la verdad y la libertad ", honren a los muertos y continúen ejerciendo su libertad de decir la verdad sobre el persistente desprecio de esta administración corrupta por practicar la política de la manera correcta, es decir, constitucional.

Porque algunos de sus miembros están muy ansiosos por explotar este horror para limitar su capacidad de hacerlo...

En medio de las acusaciones generalizadas contra la izquierda estadounidense 
como asesina y criminal , y los clamores de "GUERRA" castigo , algunos partidarios de MAGA exigieron la acción estatal contra los grupos activistas liberales legales . Debemos "destruir la red de patrocinio de ONG/donantes que permite y fomenta" la violencia de izquierda, declaró el candidato al Senado Blake Masters . Otros exigieron " investigaciones masivas de RICO"De multimillonarios de izquierda como George Soros y Bill Gates. Un joven impulsivo comparó explícitamente el asesinato de Kirk con el incendio del Reichstag e instó al arresto de todos los políticos demócratas.

Entonces, el pirómano en jefe intervino. "Durante años, la izquierda radical ha comparado a estadounidenses maravillosos como Charlie con nazis", dijo Trump en 
un discurso a la nación . "Este tipo de retórica es directamente responsable del terrorismo que estamos presenciando en nuestro país hoy, y debe cesar de inmediato. Mi administración encontrará a todos y cada uno de los que contribuyeron a esta atrocidad y a otros actos de violencia política, incluyendo a las organizaciones que la financian y apoyan, así como a quienes persiguen a nuestros jueces y agentes del orden".

Incluyendo las organizaciones que lo financian y apoyan. Cabe destacar que no había ningún sospechoso detenido cuando dijo eso (y seguía sin haberlo a las 4 p. m. del jueves), por lo que no tenía pruebas del motivo del asesino. Tampoco mencionó ningún ataque a figuras de izquierda en los últimos años en sus declaraciones; al parecer, su cruzada contra la violencia política será unilateral. Está tan entusiasmado con agitar esta camiseta ensangrentada como pretexto para perseguir a sus oponentes que no pudo esperar un día o dos a que se confirmara que el culpable es, en efecto, de izquierda. El hecho de que todos los demócratas prominentes del país, desde Barack Obama para abajo, se apresuraran a condenar el asesinato ayer por la tarde no importó en absoluto. Anoche

le comenté a un colega de Dispatch que si Kirk hubiera sido asesinado en un estado demócrata, pensé que el presidente ya habría enviado a los militares a ocupar la ciudad para castigar colectivamente a los residentes por el crimen del tirador. Afortunadamente para Utah, votó acertadamente el otoño pasado.

Lea el texto completo.

1

Sarah y yo grabamos el Pod Secreto esta mañana y notarán que intenté hablar solo con mucha generalidad sobre la situación y nada sobre Kirk. Sigo sin querer abordar el meollo del asunto sin poder ser prudente con mis palabras.

2

Si quieres deprimirte, mira lo larga que es esta lista de legisladores estatales negros asesinados.

3

El atentado de Oklahoma City. El tiroteo en el estadio de béisbol del Congreso. Los asesinatos de Melissa Hortman y su esposo. Obviamente, esta es una lista muy incompleta.

4

¿Qué tan malos fueron los años 70? Gerald Ford casi fue asesinado dos veces en diecisiete días .


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lunes, 8 de septiembre de 2025

La furia en la calle. E. Lindo

 

La furia en la calle

Hay quienes están dispuestos a poner a prueba la paz social si así agarran un cacho de poder entre los dientes

Y, a pesar de todo, deberíamos considerarnos afortunados por vivir en este punto del mapa. Mientras en mi juventud había un anhelo de explorar mundo, hoy existe un repliegue al origen por la necesidad imperiosa de sentirse protegido. Incluso dentro de España, más aún de las grandes ciudades, hay un deseo de retorno, tal vez para restituir ese lazo con lo rural que un día se rompió. Y, a pesar de este ruido insufrible que perturba el sueño, deberíamos ser conscientes de ello y estar agradecidos, ser capaces de coser o de remendar lo que de cordialidad hay en unas relaciones diarias que pudieran acabar hechas jirones si nos dejamos llevar por el hedor de la vida pública. A pesar de todo, se convive, pero hay quienes sin escrúpulos están dispuestos a poner a prueba la paz social si con ello agarran un cacho de poder entre los dientes. Son los que dejan atrás cínicamente a los que fueron arrastrados por la dana sacudiéndose la responsabilidad; los que se olvidan, cuando en la tierra aún parece palpitar la amenaza del fuego, de la pobre gente que lo ha perdido todo, porque saben que convirtiendo la desgracia ajena en motivo de enfrentamiento rabioso eluden sus culpas.

Esta ola de indignidad ha ido creciendo sin respiro y hoy, este principio de curso, amenaza en el horizonte como un tsunami. Este septiembre recién inaugurado ha sido ejemplo de lo que nos espera: una gresca ensordecedora y estéril. Algo que en absoluto mejorará España, que no la preparará para los desafíos futuros: justo el ambiente donde suele brotar la discordia. Quien no lo vea está ciego o es un cínico. Somos un país con el suficiente bienestar como para asumir la protección de unos cuantos menores desamparados, hemos sido tradicionalmente generosos, pero, quién sabe, igual nos convencen para dejar de serlo.

No sufrimos de una violencia que nos impida salir a pasear por la noche como en tantos otros pobres países comidos por la violencia, pero puede acabar triunfando la idea de que nos urge atrincherarnos. Aún sentimos los ecos de una guerra, razón de que cediéramos tiempo y espacio a la lucha contra un genocidio que nos espanta y avergüenza. Habiendo salido de una dictadura que marcó a fuego una moral católica, nos hemos puesto a la cabeza de los derechos civiles y en leyes que las respaldan, pero no somos capaces de negar el espacio dentro de las instituciones públicas a quienes quieren cercenarlas. Teniendo una macroeconomía razonablemente saneada, podríamos llegar a acuerdos que posibilitaran la vida a quienes no alcanzan a tener un hogar en el que protegerse cada noche. Gozamos de un turismo que crea suficiente riqueza como para que no nos engolfemos en las cifras del éxito y atendamos también la vida de los barrios y el bienestar de los vecinos. En suma, somos lo suficientemente privilegiados como para repensar el país, protegernos ante la vulnerabilidad climática, ser generosos con quienes huyen del hambre, afianzar los derechos logrados. Hay talento de sobra para afrontar el desafío, pero algo nos dice que en el ansia ya desesperada por el poder prevalecerá el cinismo que nace de un egoísmo extremo.

Ya no se habla de incendios cuando aún olemos el humo, solo de los asuntos que son rentables electoralmente, el fiscal general, la mujer del presidentelos menores migrantes, la supuesta pérdida de la España esencial. ¿Ha marcado usted esta agenda? Yo tampoco. Poseen la indiscutible astucia de dirigir nuestros temas de conversación. El centro de las ciudades no se llena para exigir acceso a la vivienda ni para parar el genocidio, pero crecen el número de los autodenominados españoles genuinos que se plantan delante de un centro de menores para sacarlos a patadas.

Y todo esto en un país en el que se sigue viviendo mejor que en la mayor parte de este mundo convulso. Nos tendría que castigar Dios, diría un creyente. A lo mejor nos castiga y traslada esta furia a la calle. Ya se va sintiendo. ¿No la oyen?

Elvira Lindo.   07 SEPT 2025  

https://elpais.com/opinion/2025-09-07/la-furia-en-la-calle.html